Leer: Lucas 23
«Y Jesús decía: Padre, perdónalos, porque no
saben lo que hacen. Y repartieron entre sí sus vestidos, echando suertes.» (Lucas 23:34)
ABSTRACTO
Recuerdo la conversación que tuvimos hace poco con un hermano cristiano donde me comentaba su sufrimiento por la soledad que experimentaba en su vida. Entonces le pregunté si se estaba congregando a lo que respondió que no, porque los pastores y los hermanos de varias iglesias donde se congregó, lo habían decepcionado muchas veces. Entonces le sugerí que buscara otra iglesia para no solo congregarse sino servir pues sé que este hermano conoce mucho de la Palabra, pero nuevamente respondió con otra negativa: “No hermano, prefiero quedarme en casa pues ya he tenido suficientes decepciones.”
En otra conversación, una hermana se ofreció a ayudarnos en las tareas de un nuevo ministerio que estábamos fundando. Recuerdo su frase, “seguro, hermanos, cuenten conmigo para lo que sea.” Y pronto la necesitamos para repartir unas volantes para promocionar el grupo y la invitamos a la reunión semanal. Cuando se lo mencionamos, se disculpó pues los “achaques de salud le producían mucho dolor en las piernas.” Y sobre la reunión, también se excusó pues “solo iba al templo los domingos.”
Tristemente, conductas o actitudes como estas son muy comunes entre los Cristianos evangélicos, aquellos que sacan pecho cuando declaran haber sido redimidos por la sangre de Jesûs, pero que cuando se les demanda involucrarse en el servicio al reino, sea predicando el mensaje de Jesûs, o compartiendo su testimonio, ayudando en la logística o apoyando en la oración, finanzas, etc., buscan cualquier pretexto para evadir su llamado.
Pregunto, cómo es posible que redimidos por Jesûs y Su amor tan grande y sublime, pero a la misma vez, por Su sacrificio tan terrible, que han recibido el derecho a vivir la vida eterna, que han visto sus vidas y la de los suyos transformadas, y al sufrimiento, la culpabilidad y hasta la pobreza lejos de sus días, cómo es posible, repito, que antepongan cualquier pretexto para no cumplir con el propósito por el cual Dios les da la vida cada mañana. Cómo pueden negarse a predicar a Jesûs, el Redentor de sus vidas, y se abstienen de compartir sus testimonios a aquellos que se cruzan por su camino.
Querida hermana, hermano, para los efectos de este mensaje, y con el propósito de provocar un sacudón en su espíritu de tal forma que, si se ha convertido en un creyente malagradecido, enmiende su actitud y cumpla con lo que Jesucristo nos manda a hacer que es proclamar Su mensaje a toda persona, vamos a transcribir textualmente el artículo titulado “Aspectos médicos de la muerte de Jesús” del Dr. Ricardo Hidalgo Ottolenghi, publicado en la Revista “Vistazo” de Ecuador, el 30 de Marzo del 2009.
Quiera Dios que haya sensibilidad en su alma, pero, sobre todo, que recuerde de dónde Dios lo sacó y a través de quién; de dónde estaría hoy si no fuera por el amor y sacrificio de Jesûs por usted. Que este mensaje le ayude a salir de su poltrona de comodidad, de su aposento de faraón, faraona, para cumplir lo que tiene que hacer, para la gloria del Dios Santo y Todopoderoso, amén.
LA HISTORIA DEL AMOR MAS HERMOSO
Toda la historia de Jesûs que relata la Biblia es la historia del amor más bello y sublime que la tierra haya oído jamás. Desde la noche de Su nacimiento rodeado de pobreza y mucho frío en medio de un descampado a las afueras de Belén, pasando por los tres años y medio de su ministerio donde curó de lepra, invalidez, ceguera y muchas otras enfermedades, resucitó y exorcizo, y dio la entrada a la vida eterna a miles, hasta el día en que fue asesinado infamemente, hasta Su resurrección y ascensión majestuosa a los cielos, coronado de poder y gloria, a sentarse a la derecha de Su Padre, la vida y obras del Hijo de Dios en beneficio de los desposeídos es un canto al amor, a la esperanza, al perdón y a la redención. Y Su sacrificio no solo alcanzó a los pobres y despreciados de aquella región y de aquel tiempo, sino a todos los pobres del mundo por los dos últimos milenios hasta los días de hoy.
Jesûs mismo es la expresión del amor más puro, sublime, excelso, desinteresado, regenerador, perdonador, redentor, salvador, etc., que cura, liberta, transforma, empodera, renueva, calma, protege, provee y llena de esperanza y sabiduría a todo aquel que clame Su nombre. Ninguno de los creyentes del billón doscientos mil Cristianos Evangélicos o de la Fe Bíblica que habitan hoy sobre la tierra se pueden considerar como tal gracias a sus dones, talentos, dinero, riquezas, aptitudes, títulos académicos o profesionales, inteligencia, apellido, o lo que sea, sino solo gracias al sacrificio sublime de Jesûs hacen dos milenios atrás.
Pero este amor sublime y sempiterno demandó un precio terrible como pago, la propia vida del Mesías. Jesûs decidió voluntariamente entregar Su vida a través de pasar por este martirio terrible, para que todo aquel que crea en Êl, sea perdonado de sus iniquidades y bendecido para ir a vivir la vida eterna en los cielos. Siendo Dios, Jesûs hubiera necesitado solamente de un ángel solamente para arreglar todo el problema, encarcelar a las autoridades corruptas, castigar a los pecadores y acabar con todos los ejércitos opositores. Pero Su sacrificio debía ser en Su naturaleza humana, de tal forma que ningún principado ni potestad de las tinieblas tuviesen argumento para denostar Su obra que es por siempre eterna en beneficio de la humanidad.
Y a pesar de que han transcurrido casi dos mil años desde el día de aquel sacrificio, esta historia de amor no solo que no se perdió con el pasar del tiempo, sino que creció, aumentó y se multiplicó exponencialmente en el servicio sublime de cientos de miles y quizá millones de cristianos bíblicos que, desde el comienzo de la fe, entregaron su sangre inspirados en Aquel que es la fuente de este hermoso amor, aquel que es el Mártir de los mártires, el Cordero Santo, el Rey de reyes y Señor de Señores.
Pero a pesar de que la mayoría conocemos la frase “el precio que Jesûs pagó en la cruz para darnos la salvación,” sin embargo, la mayoría no tienen ni la más mínima idea de lo que el Señor sufrió por más de quince horas, pero especialmente las últimas nueve, y de esas, las últimas tres de Su agonía. Por esta razón, compartimos a continuación la descripción médica de lo que Jesûs sufrió por esa terrible tortura. Si las lágrimas se le van en algún punto de la lectura, entonces usted ha comprendido, aún en una micronésima parte, el precio que costó su salvación. Entonces recuerde de dónde el Señor lo sacó, y cuál es su propósito para cada día de vida que el Señor le añada.
EL CALVARIO
De acuerdo a los Evangelios, el atardecer de aquel Jueves 1 de Abril del año 30 d.C., que según el calendario hebreo era el Miércoles, Jesûs y Sus discípulos se reunieron en el aposento alto para pasar juntos y celebrar la Pascua. Entonces tomaron la Santa Cena por última vez. Como tres horas después, el Señor se retiró acompañado de tres de ellos a orar en el huerto de Getsemaní. Allí y en medio de los olivos milenarios como testigos, Jesûs oró postrado al piso mientras gruesas gotas de sangre y sudor brotaban de Su frente
Siendo cerca de la medianoche, Judas llega al huerto
con los soldados judíos, se acerca al Maestro y le da el beso traidor. Los
soldados lo arrestan y lo llevan a la casa de Caifás, el sumo sacerdote cabeza
del Sanedrín, y lo dejan en el patio, amarrado y a la intemperie, rodeado de
los soldados y de las hordas que lo torturan vilmente hasta las primeras horas
de la mañana. La Biblia relata este momento así,
«Se burlaban de Êl y le golpeaban; y vendándole los ojos, le golpeaban el rostro, y le preguntaban, diciendo: Profetiza, ¿quién es el que te golpeó? Y decían otras muchas cosas injuriándole.» (Lucas 22:63-64)
Eran las seis de la mañana cuando recién llegan los ancianos del pueblo, los principales sacerdotes y los escribas, quienes juzgan a Jesûs. Sin ninguna prueba en su contra, lo declaran culpable y es llevado frente a Pilatos quien lo envía a Herodes, que a su vez aduce no encontrar falta alguna y regresa al Señor a Pilatos. Este quiere evitar Su muerte, y ordena la tortura del Maestro con 39 azotes con un látigo de tres hebras, lo cual técnicamente significa que el Señor recibió 117 latigazos con un azote hecho de hueso de cordero que impregnaba un golpe punzante y al rebotar, desprendía pequeños pedazos de la piel de Jesûs.
Pilatos finalmente cede a la presión de los sacerdotes judíos y del populacho enardecido por éstos y ordena la crucifixión del Hijo de Dios. Eran alrededor de las 9 am del Jueves cuando Jesûs es crucificado en el Gólgota, y en medio de un dolor excruciante, agoniza por tres 3 horas, dando Su último suspiro al mediodía, mientras las tinieblas cubrían los cielos de aquella ciudad ingrata.
Según la investigación bíblica e histórica, la crucifixión de Jesús ocurrió el Jueves 14 del mes judío de Nisán (7 de Abril del año 30 de nuestra era). A esa misma hora en el Templo se llevaba a cabo la degollación ritual de los corderos pascuales. Cristo entregó Su espíritu a la hora nona, que comienza a las tres de la tarde conforme a nuestro cómputo, y la puesta de sol de aquel Viernes, el de la primera Pascua Cristiana, fue a las 18:23 horas.
A eso de las 3 de la tarde, José de Arimatea baja el cuerpo del Señor de la cruz para darle sepultura. Y para el cumplimiento de la profecía de Jonás de que el Cristo debía estar en la tumba tres días y tres noches antes de resucitar, hacemos las cuentas respectivas: al anochecer del Jueves que es el día de la crucifixión, se entró al Viernes, siendo aquella noche la primera en la tumba; entonces, la noche del Viernes, que ya es Sábado, fue la segunda; y la noche del Sábado que ya es Domingo, es la tercera noche. Entonces el Señor Jesucristo resucita al tercer día, el Domingo, que es por esa razón que se convierte en el día del Señor y en el primer día de la semana.
LA MUERTE ATROZ
Los científicos Humphreys y W. G. Walddington levantaron un diagnóstico forense sobre la muerte de Jesûs que describe todos los horrendos dolores excruciantes y sufrimientos sin nombre que el Mesías sufrió durante las terribles quince horas de Su calvario, desde la medianoche del Jueves cuando empezó a ser golpeado, escupido, vejado y hasta orinado, hasta el amanecer, cuando fue burlonamente coronado con una terrible corona de espinas.
A principios de la década de 2000, el médico forense estadounidense Frederick Thomas Zugibe, profesor de la Universidad de Columbia y ex patólogo jefe del Instituto Médico Legal, identificó la planta que se utilizó para hacer dicha corona: el hoy conocido como Espino-de-Cristo-Sirio. Según el forense, las heridas provocadas por esta espina en la cabeza podrían, más que provocar un sangrado intenso en la cara y el cuero cabelludo, llegar a los nervios de la cabeza, provocando un dolor insoportable.
Azotado treinta y nueve veces sin piedad con un látigo específico llamado “azorrague” que tenía bolas de metal con puntas de hueso, capaz de desgarrar la piel y desgarrar trozos de carne. Esto, según las explicaciones del médico, daría lugar a temblores e incluso desmayos, y un cuadro de hemorragias intensas, daño en el hígado y el bazo y acumulación de sangre y líquidos en los pulmones.
Obligado a cargar aquellos pesados maderos por tres horas y algo más de 8 kilómetros, maderos con un peso cercano a las 140 libras, hasta el lugar de Su ejecución donde le clavaron las manos y los pies con unos clavos de hierro de 7 pulgadas colocados entre el radio y los huesos del carpo, entre el primero y segundo espacios intermetatarsianos. Los clavos destrozaron tanto los huesos metatarsianos como los músculos de Sus muñecas y pies. Estas perforaciones, por atravesar nervios importantes, habrían provocado un dolor insoportable y continuo.
Entonces fue alzado con los brazos estirados sobre el patíbulo. A partir de allí, Cristo tuvo dificultades supremas para exhalar el aire. El peso de su cuerpo tirando hacia abajo con los brazos abiertos debió interferir con su respiración normal, particularmente con la exhalación, haciendo que la respiración se torne superficial e inefectiva con acumulación de anhídrido carbónico en la sangre (hipercarbia).
Para mantener una respiración adecuada necesitaba elevar el cuerpo utilizando como apoyo los pies, flexionando los codos y alejando los hombros. Sin embargo, esta maniobra al colocar todo el peso del cuerpo sobre los huesos del tarso debió producirle severos dolores. El informe añade que “los golpes desgarraron los músculos del dorso, los glúteos y las piernas hasta provocarle un estado cercano al colapso. El cuerpo entero fue sacudido por espasmos de dolor, náuseas y la imposibilidad de respirar adecuadamente, ya que la sangre no podía ni siquiera fluir a las extremidades que estaban tensas, hasta el punto del agotamiento.”
Por otra parte, la presencia de penosos calambres musculares o contracciones tetánicas secundarios a la fatiga e hipercarbia, dificultarían el trabajo respiratorio aún más. El hecho de que gritara en voz alta y luego dejara caer su cabeza, sugiere la posibilidad de una muerte súbita cardiaca por rotura del corazón (infarto masivo) o arritmia letal, pero como si fuera poco, insuficiencia renal secundaria a miocitolisis (destrucción muscular por la flagelación), y a choque hipovolémico (disminución del volumen de sangre secundario a sangrado); cardiopatía isquémica por trastornos de circulación y coagulación, insuficiencia cardiaca, edema agudo de pulmón, alteraciones metabólicas, distrés respiratorio, etc., etc.
La conclusión de Humphreys y W. G. Walddington es que Jesús tuvo un paro cardíaco por hipovolemia, es decir, la considerable disminución del volumen sanguíneo después de todas las torturas y las horas clavado en la cruz. Por lo tanto, habría muerto de un shock hemorrágico. Es decir, la muerte vino amargamente en medio de un agitado delirio, por un fallo multiorgánico.
Otros autores confirman que Jesús murió de un infarto de miocardio, como consecuencia del esfuerzo agotador, asfixia y shock hemorrágico.
Para terminar este esquema clínico-patológico sobre el fallecimiento de Cristo, entre los aspectos médicos de su agonía y muerte no pueden descartarse el estado de ánimo deprimido, la ansiedad y la angustia que una personalidad tan exquisita como la de Jesûs debe haber sufrido al sentirse perseguido, calumniado, insultado, vejado, ultrajado, humillado, traicionado, vendido y hasta negado. Terribles agresiones todas que sazonaron Su pasión y muerte física, hasta cuando finalmente expiró en medio de esa tortura y maldad sin nombre, una muerte producto de una absurda violencia física.
COMENTARIO FINAL
Si bien por un lado nos horrorizamos al leer este análisis médico sobre el sufrimiento terrible que tuvo Jesûs sobre la cruz, por otro lado, manifestamos nuestro inmenso y eterno agradecimiento, admiración y adoración al Hijo de DIOS, porque a través de ese martirio, yo, tú y toda la Humanidad podemos hoy en día, contar con el único camino para lograr la vida eterna: la Sangre Bendita que Jesûs derramó en el sacrificio más grande, en el evento más importante que toda la humanidad tenga memoria.
El amor de Jesûs es tan extraordinario e infinito que
incluso estando en la cruz, en medio de los terribles dolores y sufrimientos
que hemos descrito, el Señor intercedió por el ladrón que estaba a Su mano
derecha, por Sus captores y asesinos, y por todos aquellos que habían participado
de una u otra manera para llevarlo a esos momentos tan terribles, cuando exclamó,
«Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen.» (Lucas 23:34)
Esta frase de Jesûs está tan llena de poder, perdón e intercesión ante el Padre Eterno, quien junto con Sus millones de ángeles, debieron estar presenciando impotentes, indignados y llenos de dolor, aquel momento tan terrible que incluso sacudió los cimientos de la tierra, oscureció los cielos, causó una poderosa tormenta por el llanto derramado por los millones de ángeles, arcángeles, serafines y querubines, y provocó vientos huracanados cuando estos millones de ángeles aleteaban sus alas llenos de dolor infinito, porque el Preciado de Dios estaba muriendo.
Pregunto, amados hermanos, hermanas,
¿Es posible que haya en algún lugar del universo un
amor más grande y maravilloso que supere el amor de Jesûs por la humanidad?
¿Cuántos de nosotros ante la primera llovizna sobre
nuestras cabezas nos quejamos y empezamos a dudar del amor de Dios y de Sus
promesas de nunca nos dejará solos? ¿Tenemos acaso el derecho de no ir al
templo porque tenemos dolores en todo el cuerpo? ¿Qué nos hace pensar que predicar
la Palabra de Dios es un sacrificio grande que Jesûs no se merece?
Dime, hermano, hermana, después de leer esto tan terrible, ¿estarías dispuesto a morir por tu Salvador?
«Al que está sentado a la derecha de DIOS Padre sea
todo el honor, toda la gloria y toda la honra, por los siglos de los siglos.»
Dios te bendiga.
Μαρανάθα, Ιησούς έρχεται σύντομα.
Maranatha, sí Señor Jesús, ven pronto, no tardes.
*Si necesita oración, consejería, hablar con alguien, escríbanos a:
maiishunejar@gmail.com
|
No hay comentarios.:
Publicar un comentario