Si no has recibido todavía a Jesucristo en tu corazón, haz esta oración: Señor Jesús,declaro que eres el Hijo de DIOS. Reconozco que soy pecador. Creo que Tú moriste en la cruz por mis pecados y que resucitaste de entre los muertos al tercer dia. Perdóname y hazme una nueva criatura. Entra en mi corazón, yo te recibo como mi Señor y mi Salvador, escribe mi nombre en el Libro de la Vida y séllame con tu Santo Espíritu. En el nombre de Jesús, amén.
A salvo

A salvo
Estamos a salvo
Lea: 1 Pedro 1:3-5
«Dios […] nos hizo renacer para […] una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos…» 1 Pedro 1:3-4
Biblia en un año:
Esdras 6–8
Juan 21
Esdras 6–8
Juan 21
El Depósito de Lingotes de los Estados Unidos en Fort Knox es una fortaleza que almacena 5.000 toneladas de lingotes de oro y otros artículos preciosos encomendados al cuidado del gobierno federal. Está protegido por una puerta de 22 toneladas y varios elementos de seguridad: alarmas, cámaras de video, campos minados, alambre de púas, cercas electrificadas, guardias armados y helicópteros. Por su nivel de seguridad, se considera uno de los lugares más seguros del mundo.
Por más seguro que sea ese sitio, hay otro lugar que lo supera, y está lleno de algo más precioso que el oro: el cielo contiene nuestro regalo de la vida eterna. El apóstol Pedro alienta a los creyentes en Cristo a alabar a Dios por tener «una esperanza viva», una expectativa confiable que crece y se fortalece a medida que aprendemos más de Jesús (1 Pedro 1:3). Y nuestra esperanza está basada en el Cristo resucitado.
Su regalo de la vida eterna nunca se arruinará por el ataque de fuerzas hostiles. Jamás perderá su gloria ni su frescura, porque Dios la ha mantenido a salvo en el cielo y seguirá haciéndolo. No importa el daño que pueda sobrevenirnos en nuestra vida en la Tierra, ya que Dios protege nuestra alma. Nuestra herencia es segura.
Como una caja fuerte dentro de otra caja fuerte, Dios protege nuestra salvación, y estamos seguros.
El cielo es el lugar más seguro para tener una herencia.
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Por qué sufrimos?
« JESUCRISTO NO NOS SALVÓ PARA QUE
TUVIÉRAMOS UNA VIDA DE LUJOS Y DISFRUTES MUNDANOS, SINO PARA PURIFICARNOS EN
NUESTRA JORNADA TERRENAL Y ASÍ PODER HABITAR JUNTO AL ALTÍSIMO POR LA
ETERNIDAD.
NUESTRA PURIFICACIÓN ESTÁ EN EL
SUFRIMIENTO, EN LAS PRUEBAS DURAS, EL DOLOR, LA SOLEDAD, LA ENFERMEDAD MORTAL,
LA CARENCIA, EL ABANDONO, EL RECHAZO; ES EN LAS ANGUSTIAS Y TRIBULACIONES MAS
INTENSAS Y DOLOROSAS DONDE NUESTRA ALMA SE PURIFICA, NUESTRO CORAZÓN SE
ALIVIANA Y NUESTRO ESPÍRITU SE REGOCIJA, EN ESPERA DEL DÍA DEL ENCUENTRO CON
NUESTRO AMADO SALVADOR.»

Siervos del Dios del cielo y de la tierra

Siervos del Dios del cielo y de la tierra
Mantener la calma y seguir
(Jennifer Benson Schuldt)
Lea: Esdras 5:7-17
«… Nosotros somos siervos del Dios del cielo y de la tierra...» Esdras 5:11
Biblia en un año: Esdras 3–5; Juan 20
«Mantén la calma y llama a mamá», «mantén la calma y pon el agua a hervir», «mantén la calma y avanza a paso firme». Estos dichos se originaron en la frase «mantén la calma y sigue adelante», que apareció por primera vez en Gran Bretaña en 1939, al comenzar la Segunda Guerra Mundial. Los oficiales británicos la imprimieron en carteles para quitar el pánico y el desánimo de la gente durante esa época.
Al volver a su tierra, tras un período de cautiverio, los israelitas tuvieron que vencer sus temores y la interferencia del enemigo cuando empezaron a reconstruir el templo (Esdras 3:3). Después de terminar los cimientos, sus enemigos «sobornaron además contra ellos a los consejeros para frustrar sus propósitos» (4:5). También escribieron cartas acusadoras a los funcionarios del gobierno, y consiguieron retrasar el proyecto (vv. 6, 24). A pesar de todo, el rey Darío finalmente promulgó un decreto que les permitió terminar el templo (6:12-14).
Cuando estamos comprometidos en la obra de Dios y enfrentamos dificultades, podemos seguir adelante con calma porque, como sucedía con los israelitas, «somos siervos del Dios del cielo y de la tierra» (5:11). Los obstáculos y las demoras tal vez nos desanimen, pero podemos descansar en la promesa de Jesús: «… edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella» (Mateo 16:18).
Es el poder de Dios lo que nos capacita para su obra, no el nuestro.
El Espíritu de Dios nos da poder para testificar.
Encuentre más lecturas edificantes en Nuestro Pan Diario
Ministerios Mundiales “Îshu-nejar”®
maiishunejar@cogm.com
(Jennifer Benson Schuldt)
Lea: Esdras 5:7-17
«… Nosotros somos siervos del Dios del cielo y de la tierra...» Esdras 5:11
Biblia en un año: Esdras 3–5; Juan 20
«Mantén la calma y llama a mamá», «mantén la calma y pon el agua a hervir», «mantén la calma y avanza a paso firme». Estos dichos se originaron en la frase «mantén la calma y sigue adelante», que apareció por primera vez en Gran Bretaña en 1939, al comenzar la Segunda Guerra Mundial. Los oficiales británicos la imprimieron en carteles para quitar el pánico y el desánimo de la gente durante esa época.
Al volver a su tierra, tras un período de cautiverio, los israelitas tuvieron que vencer sus temores y la interferencia del enemigo cuando empezaron a reconstruir el templo (Esdras 3:3). Después de terminar los cimientos, sus enemigos «sobornaron además contra ellos a los consejeros para frustrar sus propósitos» (4:5). También escribieron cartas acusadoras a los funcionarios del gobierno, y consiguieron retrasar el proyecto (vv. 6, 24). A pesar de todo, el rey Darío finalmente promulgó un decreto que les permitió terminar el templo (6:12-14).
Cuando estamos comprometidos en la obra de Dios y enfrentamos dificultades, podemos seguir adelante con calma porque, como sucedía con los israelitas, «somos siervos del Dios del cielo y de la tierra» (5:11). Los obstáculos y las demoras tal vez nos desanimen, pero podemos descansar en la promesa de Jesús: «… edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella» (Mateo 16:18).
Es el poder de Dios lo que nos capacita para su obra, no el nuestro.
El Espíritu de Dios nos da poder para testificar.
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Ministerios Mundiales “Îshu-nejar”®
maiishunejar@cogm.com

Tú escudriñas los corazones

Tú escudriñas los corazones
Un corazón honesto
Lea:
Salmo 15
« Yo sé, Dios mío, que tú escudriñas los corazones, y que la
rectitud te agrada…» 1 Crónicas 29:17
El
otro día, mientras estaba en un cementerio, pasé frente a un epitafio en una
tumba, que decía: «J. Holgate: Un hombre honesto».
No sé
nada de la vida de ese hombre, pero, como su lápida estaba inusualmente
ornamentada, supongo que habrá sido rico. Sin embargo, al margen de lo que
haya logrado durante su vida, se lo recuerda por una sola cosa: haber sido
«un hombre honesto».
El
filósofo griego Diógenes pasó toda su vida investigando sobre la honestidad, y
finalmente, concluyó que era imposible encontrar una persona con esa cualidad.
Los honestos son difíciles de encontrar en cualquier época, pero ese rasgo es
uno de los más grandiosos. La honestidad no es la mejor política, sino la
única, y la que distingue al hombre o la mujer que vive en la presencia de
Dios. David escribe: «Señor, […] ¿Quién morará en tu monte santo? El
que anda en integridad…» (Salmo 15:1-2).
Me
pregunto: ¿Soy digno de confianza y honorable en todos mis asuntos? ¿Mis
palabras suenan verdaderas? ¿Hablo la verdad en amor, o falseo y tuerzo los
hechos de vez en cuando o exagero para enfatizar algo?
Si es
así, debo dirigirme al Señor con toda confianza y pedirle que me perdone y que
me dé un corazón honesto, para que la veracidad se convierta en una parte
esencial de mi naturaleza. Aquel que comenzó la buena obra en mí es fiel, y la
terminará.
Vive de tal modo que, cuando los demás piensen en la honestidad y
la integridad, te recuerden de ti.

Corona de espinas

Corona de espinas
Coronas de honra
Lea: Juan 19:1-8
«Y los soldados entretejieron una corona de espinas, y la pusieron sobre su cabeza…» Juan 19:2
Biblia en un año:
2 Crónicas 34–36
Juan 19:1-22
2 Crónicas 34–36
Juan 19:1-22
Con una guardia durante las 24 horas del día, las Joyas de la Corona del Reino Unido están guardadas y protegidas en la Torre de Londres. Todos los años, millones de personas visitan la exposición y expresan su asombro ante esos ornamentados tesoros. Estas joyas simbolizan el poder del reino, y el prestigio y la posición social de quienes las llevan puestas.
Parte de ellas son las coronas en sí, que incluyen tres categorías: la corona de la coronación, que se lleva cuando el monarca asume el cargo; la corona del estado, que se usa para diversas funciones especiales; y la corona del consorte, que lleva el cónyuge del monarca. Cada una tiene un propósito diferente.
El Rey del cielo, quien es digno de la mayor corona y del máximo honor, llevó una muy distinta. Durante las horas de humillación y sufrimiento que Cristo experimentó antes de ser crucificado,«los soldados entretejieron una corona de espinas, y la pusieron sobre su cabeza, y le vistieron con un manto de púrpura» (Juan 19:2).
Aquel día, la corona, que suele ser un símbolo de realeza y honor, se convirtió en una herramienta de burla y odio. No obstante, nuestro Salvador la llevó voluntariamente por nosotros, al cargar con nuestro pecado y vergüenza.
Aquel que merecía la mejor de todas las coronas, tomó la peor para beneficiarnos a nosotros.
Sin la cruz, no podría haber una corona.

DIOS Poderoso

DIOS Poderoso
Dios generoso
Lea: Efesios 3:14-21
«… [Dios] es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos…» Efesios 3:20
Biblia en un año:
2 Crónicas 32–33
Juan 18:19-40
2 Crónicas 32–33
Juan 18:19-40
Hace varios años, cuando vivíamos en Chicago, una ciudad de Estados Unidos, disfrutamos de muchas cosas. Casi en el primer lugar de mi lista estaban unos restaurantes asombrosos que parecían tratar de superarse entre sí, no solo por la comida maravillosa, sino también en el tamaño de las porciones. En un restaurante italiano, mi esposa y yo pedíamos media porción de nuestra pasta favorita, ¡y todavía sobraba para llevar a casa y comer al día siguiente! Las porciones abundantes nos hacían sentir como si estuviéramos en la casa de la abuela, cuando ella derramaba su amor dándonos de comer.
También siento abundancia de amor cuando leo que mi Padre celestial nos ha inundado de las riquezas de su gracia (Efesios 1:7-8) y que puede hacer todo «mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos» (3:20). Estoy tan agradecido de que nuestro Dios no sea tacaño ni que entregue sus bendiciones en pequeñas porciones ni a regañadientes. El Señor es quien derrama perdón para el pródigo (Lucas 15) y el que diariamente nos corona «de favores y misericordias» (Salmo 103:4).
A veces, pensamos que Dios no nos ha provisto como deseábamos, pero ha hecho lo más importante: perdonar nuestros pecados y garantizarnos el cielo. ¡Ya ha sido abundantemente dadivoso! Así que, hoy, regocijémonos en nuestro Señor generoso.
¡Alaba a Dios, de quien fluye toda bendición!

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