La Puerta


La Puerta

Bendita falta de memoria

Lea: Juan 10:1-10
«Yo soy la puerta; el que por mí entrare, será salvo…» Juan 10:9
Mi oficina está en el piso de abajo, pero suelo subir a otras habitaciones de la casa por una cosa o por otra. Por desgracia, cuando llego arriba, suelo olvidar lo que planeaba hacer allí. El investigador Gabriel Radvansky propuso una explicación para este fenómeno. Nos dice que una puerta sirve de «límite entre eventos».
Después de llevar a cabo tres experimentos distintos, elaboró la teoría de que una puerta le señala al cerebro que la información retenida en la memoria puede archivarse; pero es frustrante cuando estoy allí parada, intentando recordar por qué subí las escaleras. Sin embargo, la falta de memoria puede ser una bendición. Cuando cierro la puerta de mi dormitorio por la noche y me preparo para dormir, es una bendición olvidar las preocupaciones del día.
Cuando pienso en que Jesús habló de sí mismo como «la puerta» (Juan 10:7,9), obtengo una perspectiva nueva y valiosa de esta metáfora. Cuando las ovejas entran en el corral, ingresan a un lugar seguro, al amparo de ladrones y predadores. 
Para el creyente, el Gran Pastor es la puerta entre nosotros y nuestros enemigos. Una vez que entramos al redil, podemos «olvidarnos» de los peligros y las amenazas; disfrutar del olvido divino y descansar en la protección del Gran Pastor.
Cristo es la puerta que nos mantiene seguros y deja afuera los peligros. 
                                                 
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Dios de toda consolación


Dios de toda consolación

Llamado a la consolación

Lea: 2 Corintios 1:3-11
«Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación.» 2 Corintios 1:3
En su libro Dear Mrs. Kennedy [Querida Sra. Kennedy], Jay Mulvaney y Paul De Angelis observan que durante las semanas siguientes al asesinato del presidente estadounidense John Kennedy, su viuda, Jacqueline, recibió casi 1.000.000 de cartas de personas de todo el mundo. Algunas eran de parte de jefes de estado, famosos y amigos cercanos. Otras provenían de personas comunes y corrientes, que las dirigían a la «Señora Kennedy, Washington» o la «Sra. Presidenta, Estados Unidos». Todos escribían para expresar su dolor y condolencias por la gran pérdida de esta mujer.
Cuando los demás sufren y queremos ayudar, es bueno recordar la imagen que describió Pablo del «Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo», como el «Padre de misericordias y Dios de toda consolación» (2 Corintios 1:3). Nuestro Padre celestial es la fuente suprema de toda misericordia tierna, palabra amable y acción servicial que brinde aliento y sanidad. El erudito bíblico W. E. Vine dice que paraklesis, la palabra griega traducida «consolación», significa «un llamado a estar junto a otra persona». Estas palabras de consuelo aparecen varias veces en la Escritura como un recordatorio de que el Señor nos mantiene cerca y nos invita a aferrarnos a Él.
Así como el Señor nos envuelve con sus brazos amorosos, nosotros también podemos abrazar a los demás con «la consolación con que nosotros somos consolados por Dios»(v. 4).
Dios nos consuela para que podamos consolar a otros. 
                                                 
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Misericordia Sublime


Misericordia Sublime

Más de lo merecido

Lea: Salmo 103:6-18
«No ha hecho con nosotros conforme a nuestras iniquidades, ni nos ha pagado conforme a nuestros pecados. »Salmo 103:10
A veces, cuando la gente me pregunta cómo estoy, respondo: «Mejor de lo que merezco». Recuerdo que una persona bienintencionada me dijo: «Ay, no, Joe, mereces mucho»; a lo cual contesté: «En realidad, no». Pensaba en lo que de verdad merezco: el juicio divino.
Fácilmente, olvidamos la pecaminosidad que yace en lo profundo de nuestro ser. Al creernos más de lo que somos, disminuye nuestro sentido de profunda deuda a Dios por su gracia. Olvidamos el precio que pagó para rescatarnos.
¡Es hora de recapacitar! Como nos recuerda el salmista, Dios «no ha hecho con nosotros conforme a nuestras iniquidades, ni nos ha pagado conforme a nuestros pecados» (Salmo 103:10). Si consideramos quiénes somos a la luz de un Dios santo y justo, lo único que merecemos de verdad es el infierno, y el cielo es una imposibilidad absoluta… si no fuera por el regalo del sacrificio de Cristo en la cruz. 
Si Dios no hiciera nada más después de habernos redimido, ya habría hecho mucho más de lo que merecemos. Con razón el salmista declara: «… como la altura de los cielos sobre la tierra, engrandeció su misericordia sobre los que le temen» (v. 11).
Si somos conscientes de nuestra verdadera condición, no podemos evitar decir: «¡Sublime gracia del Señor!». ¡Nos da tanto más de lo que merecemos!
Si Dios no hace nada más después de redimirnos, ya hizo mucho más de lo que merecemos. 
                                                 
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Escucha el doble


Escucha el doble

Escuchar

Lea: Job 2:11–13
«¡Quién me diera quien me oyese!…» —Job 31:35
En su libro Escuchando a los demás, Joyce Huggett escribe sobre la importancia de aprender a escuchar y responder con eficacia a situaciones difíciles. Relata algunas de sus experiencias de escuchar a personas con problemas, y menciona que suelen darle gracias por todo lo que ha hecho por ellas. «En muchas ocasiones —escribe—, no “hice” nada. Sencillamente, escuché. Llegué a la conclusión de que esto solo es una manera eficaz de ayudar a otros».
Esta fue la clase de ayuda que Job buscó de parte de sus amigos. Aunque es cierto que se sentaron junto a él siete días en silencio, «porque veían que su dolor era muy grande» (2:13), no escucharon cuando él empezó a hablar. En cambio, hablaron y hablaron, pero no lo consolaron (16:2). «¡Quién me diera quien me oyese!», se lamentó Job (31:35).
Cuando escuchamos, expresamos: «Lo que te sucede es importante para mí». A veces, las personas quieren un consejo, pero a menudo, lo único que necesitan es que alguien que las ama y se preocupa por ellas las escuche.
No es tarea fácil escuchar, y lleva tiempo llegar a oír lo que el otro tiene en el corazón, para que al hablar, lo hagamos con sabiduría y tacto.
Señor, danos un corazón amoroso y un oído atento.
Si mientras otros hablan estoy pensando en qué responderé, no estoy escuchando. 
                                                 
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Su Promesa


Su Promesa

Anclas en la tormenta

Lea: Josué 1:1-9
«… el Señor tu Dios estará contigo en dondequiera que vayas.» Josué 1:9
Cuando Matías y Julieta intentaron llevar su velero a una ensenada durante el huracán Sandy, el barco encalló. Mientras las olas los golpeaban, arrojaron rápidamente el ancla. Esto mantuvo el velero en su lugar hasta que llegó el rescate. Dijeron que si no hubieran tirado el ancla, habrían perdido el barco. Sin esta herramienta, las olas lo habrían estrellado contra la costa.
En nuestra vida espiritual, también necesitamos anclas que nos mantengan firmes. Cuando Dios llamó a Josué para que guiara a su pueblo, después de la muerte de Moisés, le dio anclas de promesa, en las que podía confiar en tiempo de prueba. El Señor le dijo: «… estaré contigo; no te dejaré, ni te desampararé. […] el Señor tu Dios estará contigo en dondequiera que vayas»(Josué 1:5, 9). 
Dios también les dio a Josué y a su pueblo el «libro de la ley», para que lo estudiaran y lo cumplieran (vv. 7-8). Esto, junto con la presencia del Señor, eran anclas en las que los israelitas podían confiar, al enfrentarse a muchos desafíos.
Cuando nos encontramos en medio de sufrimientos o las dudas amenazan nuestra fe, ¿cuáles son nuestras anclas? Podríamos empezar con Josué 1:5. 
Aunque nuestra fe parezca debilitarse, si está anclada en las promesas y la presencia de Dios, Él nos sostendrá.
Cuando sentimos el fragor de la tormenta, comprobamos la fortaleza del ancla. 
                                                 
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