La Cena


La Cena

Lágrimas de gratitud

Lea: 1 Corintios 11:23-32
«Así, pues, todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que él venga. » 1 Corintios 11:26
Biblia en un año:
2 Reyes 15–16
Juan 3:1-18
En una reunión de la Cena del Señor a la que asistimos con mi esposa, se invitó a la congregación a pasar al frente a recibir el pan y la copa de mano de uno de los pastores o ancianos. Le hablaron a cada uno sobre el sacrificio de Jesús por ellos. Fue una experiencia conmovedora, durante un momento que a veces puede volverse rutinario. Cuando regresamos a nuestros asientos, observé cómo otros iban pasando lentamente y en silencio. Fue impactante ver cuántos volvían con lágrimas en los ojos. Para mí y para otros con los que hablé después, eran lágrimas de gratitud.
La razón de las lágrimas de gratitud se ve en la causa de la mesa de la Cena del Señor. Después de instruir a la iglesia de Corinto respecto al significado de esta conmemoración, Pablo enfatizó sus comentarios con estas palabras poderosas: «Así, pues, todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que él venga» (1 Corintios 11:26). 
Con los elementos de la Cena del Señor, que apuntan directamente al sacrificio de Cristo por nosotros, la reunión fue mucho más que un ritual… se trató de Jesús. De su amor, su sacrificio, su cruz. Por nosotros.
¡Qué insuficientes resultan las palabras para expresar el extraordinario valor de Cristo! A veces, las lágrimas de gratitud trasmiten aquello que las palabras no pueden articular.
Es imposible expresar con palabras el amor que Cristo nos mostró en la cruz.
                                                 
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Los 10 Mandamientos


Los 10 Mandamientos

Lectura Diaria para hoy, Lunes 12: "Consignas de Vida"
Lea: Deuteronomio 4:1-9
«… yo os he enseñado estatutos y decretos, […] para que hagáis así… » Deuteronomio 4:5

Biblia en un año: 2 Reyes 15–16; Juan 3:1-18

Durante muchos años, conservé una carpeta de archivo titulada «Oratoria». Se fue llenando de artículos, citas e ilustraciones que podían ser útiles. Hace poco, la revisé para descartar las cosas desactualizadas. Me resultó difícil deshacerme de muchas, no porque no las haya usado todavía en una charla, sino porque no las he puesto en práctica. Cerré la carpeta pensando: «No son palabras para usar en una conferencia; son consignas de vida».

Después de 40 años en el desierto, Moisés le dijo al pueblo que se preparaba para entrar en la tierra prometida: «Ahora, pues, oh Israel, oye los estatutos y decretos que yo os enseño, para que los ejecutéis, y viváis, y entréis y poseáis la tierra que el Señor Dios de vuestros padres os da» (Deuteronomio 4:1). 

La temática repetida de Moisés (vv. 1, 2, 5, 6, 9) es que hay que cumplir los mandamientos divinos, y lo expresó muy bien: «… yo os he enseñado estatutos y decretos […] para que hagáis así» (v. 5).

Es fácil hablar sobre hacer más de lo que hacemos y predicar sobre verdades que no ponemos en práctica. Podemos llenarnos la boca de palabras, pero necesitar una dosis de realidad, olvidando que todos los mandamientos de Dios fluyen de su corazón que nos ama.

La potencia de nuestras acciones debe compararse al ímpetu de nuestras palabras.


                                                 
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El Pacto


El Pacto

Lectura Diaria para hoy, Viernes 9: “Promesas cumplidas”
Lea: Génesis 15:5-21
«… puesto el sol […] se veía un horno humeando, y una antorcha de fuego que pasaba por entre los animales divididos.» Génesis 15:17

Biblia en un año: 2 Reyes 7–9; Juan 1:1-28

En el antiguo Cercano Oriente, un tratado entre un superior (señor o rey) y un subordinado (súbdito) se llamaba tratado de soberanía. Para la ceremonia de ratificación, había que sacrificar animales y cortarlos a la mitad. Las partes se acomodaban en dos filas sobre el suelo, formando un pasillo entre las dos personas. Cuando el soberano caminaba entre las mitades, declaraba públicamente que cumpliría el pacto y que, en caso de no hacerlo, le sucedería lo mismo que a los animales muertos.

Cuando Abraham le preguntó a Dios cómo podía estar seguro de que se cumplirían sus promesas, el Señor utilizó el simbolismo del tratado de soberanía, significativo para aquella cultura, a fin de afirmar sus promesas (Génesis 15). Cuando la antorcha ardiente pasó entre las partes del sacrificio, Abraham comprendió que Dios declaraba que era responsabilidad de Él cumplir el pacto.

El pacto de Dios con Abraham y su garantía de cumplirlo se extiende a los seguidores de Cristo. Por eso, en sus escritos en el Nuevo Testamento, Pablo se refiere constantemente a los creyentes como hijos de Abraham (Romanos 4:11-18; Gálatas 3:29). Cuando aceptamos a Jesucristo como Salvador, Dios se transforma en el guardián de nuestro pacto de fe (ver Juan 10:28-29).

Como Dios es el que protege nuestra salvación, podemos confiarle plenamente nuestra vida.

Nuestra salvación está garantizada porque está en manos de Dios. 
                                                 

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Cristo el centro de todo


Cristo el centro de todo

Lectura Diaria para hoy, Jueves 8: “Hablar de Jesús”
Lea: 2 Corintios 4:1-6
«… me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado.» 1 Corintios 2:2

Biblia en un año: 2 Reyes 4–6; Lucas 24:36-53

El ex jugador de la liga profesional de béisbol de Estados Unidos, Tony Graffanino, habla sobre un ministerio en un país europeo. Cada año, su institución organiza un campamento de béisbol de una semana. Durante ese tiempo, también ofrecen un estudio bíblico diario. En los últimos años, el líder intentó encontrar maneras razonables de convencer a los campistas de que Dios existe, para que pusieran su fe en Él. Después de unos trece años, solo tres personas decidieron seguir a Jesús.

Entonces, cambiaron su enfoque. Según Graffanino, en lugar de «intentar presentar hechos o ganar argumentos para debate», sencillamente hablaron de «la vida y las enseñanzas maravillosas de Jesús». Desde entonces, más campistas escucharon y decidieron seguir al Señor.

El apóstol Pablo dijo que cuando les hablamos a otros del evangelio de Jesucristo, tenemos que ofrecer una «… clara exposición de la verdad […]. No nos predicamos a nosotros mismos sino a Jesucristo como Señor» (2 Corintios 4:2, 5 nvi). Este era el estándar de Pablo para la evangelización: «… me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado» (1 Corintios 2:2).

Tenemos que conocer la Biblia y las razones que sostienen lo que creemos; y a veces, es necesario explicar esas razones. Pero la historia más convincente y eficaz que podemos contar es la que coloca a Cristo en el centro.

Cristo resucitado es la razón por la cual testificamos. 

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Santificados


Santificados

Lectura diaria para hoy, Miércoles 7: “Mi clase de gente”
Lea: 1 Corintios 6:9-11
«… ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús…» 1 Corintios 6:11

Biblia en un año: 2 Reyes 1–3; Lucas 24:1-35

Hace años, en una reunión en la iglesia, el pastor Ray Stedman leyó desde el púlpito el texto del día: «… No se engañen a sí mismos. Los que se entregan al pecado sexual o rinden culto a ídolos o cometen adulterio o son prostitutos o practican la homosexualidad o son ladrones o avaros o borrachos o insultan o estafan a la gente: ninguno de ésos heredará el reino de Dios. Algunos de ustedes antes eran así…» (1 Corintios 6:9-11, ntv).

Entonces, levantó la mirada, con una sonrisa desconcertada en el rostro, y dijo: «Solo por curiosidad. ¿Cuántos de ustedes tienen uno o más de estos pecados en su pasado? Si así fuera, ¿podrían ponerse de pie?».

Entre nosotros, había un jovencito que nunca antes había estado en la iglesia. Había aceptado a Cristo hacía poco en una campaña de Billy Graham y ese domingo había ido a la iglesia con temor y temblor, sin saber qué encontraría. Tiempo después, me dijo que cuando escuchó la pregunta del pastor, miró a su alrededor para ver si alguien más se ponía de pie. Al principio, nadie lo hizo, pero poco a poco, la mayor parte de la congregación se levantó. Entonces, se dijo: «¡Esta es mi clase de gente!».

Todos podemos encontrarnos en la lista de Pablo de 1 Corintios. Pero cuando confesamos nuestro pecado y aceptamos el regalo de vida eterna que nos otorgó la muerte de Jesús, nos transformamos en una nueva criatura salvada por gracia (Romanos 6:23; 2 Corintios 5:17).

Nada traigo en mi mano; simplemente, me inclino ante tu cruz. 

                                                 

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