Estudio Bíblico, Lunes 31 de Enero, 2022.
“El Mensaje Correcto”
Por: Dr. CF Jara
Leer: 2 Corintios 11
«…si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra.» (2 Crónicas 7:14)
MI SALVADOR
A la medianoche del 29 de Enero de 1999, en medio de una lucha espiritual terrible y por la intercesión inclaudicable del hermano pastor Chileno Juanito Rojas, de la iglesia Presbiteriana de Flushing, New York, entregué mi alma a Jesucristo. El Señor, por Su infinita misericordia, tomó el despojo de hombre que había quedado de mí sin importarle que lo había rechazado 17 años atrás, cuando me visitó por primera vez. Jesûs no me había olvidado, y pacientemente esperó por Su oveja perdida.
Desde entonces y por los siguientes 23 años, he meditado en lo que hubiese sido de mi si el pastor Rojas no me predicaba el mensaje de arrepentimiento abriendo el camino para que Jesûs me salvara. Pienso que estaría encerrado en algún sanatorio para enfermos mentales, perdido para siempre en la locura de mis culpabilidades; o quizá recluido en alguna cárcel despiadada, esperando el día de mi muerte; o tal vez enterrado en algún cementerio olvidado, donde nadie se acordaría de mí.
Pero a Dios le plació darme una nueva vida, y me enseñó que Êl me escogió desde el vientre de mi madre, que Sus ojos me vieron cuando aún era embrión, y que fue Êl mismo quien me dio mi nombre. Yo no tenía ni riquezas, ni títulos, ni era famoso. Todo lo contrario, no valía nada. Pero Jesucristo me salvó por Su amor por mí, el amor eterno e inefable más grande e infinito que el universo. Y así como el Señor lo hizo conmigo, lo hizo con usted hermano, hermana, que lee este mensaje. Porque Êl nos amó primero.
LOS MERCADERES DE LA FE
La persona de Jesûs se convirtió en mi inspiración. Pronto empecé los estudios bíblicos que no han parado hasta el día de hoy, porque así debe ser, y no por mis méritos, como dice Pablo, porque no tengo ninguno. La Biblia dice que palabra de Dios es el pan espiritual que los redimidos por Jesucristo deben comer cada día. Sin embargo, la mayoría no lo hace y por ello caen en el engaño de muchos falsos “profetas” que, aparte de usufructuar de la fe, predican doctrinas satánicas que conduce a millones por caminos que llevan a la muerte eterna.
Cuando usted lee y estudia la Biblia, encuentra que no dice que cuando cientos y miles se reunían para escuchar a Jesûs, el Mesías enviaba a Su discípulos con cubetas, canastas o sombreros a recoger la limosna, diezmos u ofrendas. Tampoco dice que el Maestro citó una o algunas veces a Sus seguidores y al pueblo para construir un edificio para que los creyentes se reunieran allí. Tampoco existe un solo versículo que reporte que Jesûs predicó en lujosas catedrales, sinagogas o templos.
No he encontrado tampoco un pasaje donde se describa al Señor vistiendo un traje fino de corte francés con zapatos italianos; en Su muñeca un rolex de oro con diamantes incrustados; un secretario personal que le lleve la Biblia y la botella de agua y que le abra las puertas de la iglesia o del carro; que se haya movilizado en un auto europeo del año que parquea en su espacio exclusivo de la iglesia, o que haya viajado en jet privado hacia el gran número de pueblos, ciudades y regiones que fue a predicar; o que haya ido y venido con guardaespaldas personal y para su familia; que haya recibido un cheque gordo cada mes o cada vez que predicaba, mientras en Su iglesia los pobres y hambrientos eran la mayoría; o que se haya retirado a vivir su vejez, a tomar café cómodamente sentado en medio del jardín de su casa, grabando mensajes bíblicos cortos y vacíos porque se volvió tictoquero, sin importarle que todos los días, cientos, miles, millones mueren en la oscuridad más angustiante. Si eso hizo Jesûs, entonces no quiero seguir Su ejemplo.
JESÛS, EL PERFECTO EJEMPLO
Pero en la iglesia del Señor, los predicadores hacedores de iniquidad abundan. Y lo penoso es que tienen muchos seguidores que los defienden a capa y espada, porque han hecho ídolos de estos falsos ministros. Muchos cristianos admiran y hasta adoran a pastores y predicadores que viven y predican en medio de lujos innecesarios, pero al mismo tiempo desprecian a aquellos que escogieron el modelo que Jesûs practicó basado en la sencillez y humildad. El Salvador dijo, «Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga.» (Mateo 11:29)
A diferencia del Antiguo Pacto (la voz de Dios) donde una de las principales promesas del Creador para Su pueblo era bendecirlos con toda bendición de prosperidad si es que aquellos observaban Sus preceptos, el Nuevo Pacto (la voz de Jesucristo) no habla ni una sola palabra acerca de prosperidad económica para los creyentes. Al contrario, Jesûs, quien aparte de llevar una vida sencilla sin ningún lujo o propiedad alguna, llamó a Sus redimidos a desprenderse de todos sus bienes materiales y darlos a los pobres como condición previa para ser parte de Su ejército de predicadores. Y para completar, Jesûs nos advirtió que nuestra vida estaría llena de tribulaciones, pero que no tendríamos que preocuparnos porque Êl nos dejaba Sus inmensas riquezas….
Anatema, el Señor mi Dios reprenda al príncipe de toda mentira. Jesucristo nunca nos prometió ni riquezas, ni prosperidad, ni tiempos gloriosos, ni elevarnos a dimensiones estrambóticas, ni hacernos heredar suculentas herencias, ni pagar nuestras deudas de un golpe, ni poner coronas de oro en las muelas o dejar caer sobre nosotros polvos dorados; tampoco nos dijo que nos llenaría de suerte para ganar la lotería o los juegos de azar. Todo eso es mentira del diablo, doctrina de satanás.
EL MANDATO
Lo que Jesûs nos mandó a hacer no es una alternativa sino un mandato. Dentro de la iglesia cristiana hay muchos creyentes empresarios, profesionales o trabajadores exitosos que han logrado acumular riquezas grandes o pequeñas, pero que, cuando viene el momento, actúan como lo hace el mundo, idolatran a sus fortunas. Y niegan la ayuda a aquel que les extiende su mano menesterosa, pagan mal a sus empleados, evaden impuestos, cobran sobreprecios, alteran facturas, reducen la calidad del producto que venden, pagan utilidades falsas o no pagan del todo, niegan derechos laborales a sus empleados, sobornan a jueces, abogados, fiscales, empleados del gobierno, policías, se desentienden de los que necesitan, sean familiares o desconocidos, etc., todo con el ánimo de que su dinero no se reduzca sino al contrario, se aumente. De acuerdo a la palabras de Jesûs en el Sermón del Monte, estos cristianos ya han asegurado su lugar en los infiernos.
La Biblia dice que Dios es el dueño del oro y de la plata, es decir, de todo el dinero y de todas las riquezas que hay en el mundo en sus diferentes formas como los metales preciosos, propiedades, piedras preciosas, joyas, autos lujosos, etc. Dios es quien da a quien Êl quiere de la forma como Êl quiere, con un propósito que cada quien deberá cumplir. Para ello, Jesûs nos enseña en sus parábolas cómo ser buenos administradores del dinero que Dios nos encarga. Pero los codiciosos actúan como si el dinero fuera de ellos. Inclusive, si a muchos de los lectores de este mensaje se les preguntara si serían capaces de vender sus propiedades y repartir el dinero entre los pobres para entonces ir a predicar el mensaje de Jesûs, la mayoría tristemente diría que no.
TIEMPOS DE JUECES
Por todo lado vemos en estos tiempos, a hombres y mujeres cristianos y creyentes que se auto envisten como “profetas” o “apóstoles” sin siquiera haber leído la Biblia completa por lo menos una vez en su vida, o haber dedicado cuatro años para terminar el seminario, o tres años más para la maestría en divinidades, o haberse confinado por cinco o seis años más para completar el doctorado en ministerio. Jesûs dictó una cátedra intensiva de maestría a Sus doce discípulos por tres años y medio. Once de ellos se graduaron cuando atestiguaron la ascensión del Señor a los cielos. Y once de ellos obtuvieron su doctorado cuando fueron recibidos en la eternidad como mártires del Evangelio. Pero ninguno de ellos ni los cientos de pupilos que formaron, enseñaron acerca de la prosperidad, o se autoproclamaron apóstoles, o jugaron a ser profetas. Quienes servimos a Jesûs debemos estar dispuestos a vivir en medio de la necesidad, de la soledad, del odio y la persecución, y hasta morir como mártires, tal cual lo hizo nuestro Salvador.
Hermanos queridos, estos no son los tiempos ni de apóstoles ni de profetas, sino de jueces. El Señor Jesûs dijo que Juan el Bautista era el último profeta. Y con Jesûs, todas las profecías se cumplieron. Ya no hay nada pendiente sobre lo que se deba profetizar. Por lo tanto, aquel que se deje llamar “profeta” por otros o se auto titule como tal, estará cometiendo blasfemia en contra de Dios.
Y en cuanto a los apóstoles, Pablo, después de haber pasado catorce años desde su conversión preparándose en la Palabra, y después de que recibió el visto bueno de Pedro y los otros para salir a predicar, manifestó que, por el conocimiento dado por el Espíritu Santo, él era el último de los apóstoles de Jesûs. Por lo tanto, aquel que se deje llamar “apóstol” por otros o se auto titule como tal, estará cometiendo blasfemia en contra de Dios.
NUESTRA MISIÓN: LLAMAR AL ARREPENTIMIENTO
Los Israelitas -no los judíos, recuerde que son dos cosas completamente diferentes- durante los 420 años que habitaron en Egipto, fueron prosperados por Dios porque lo amaban, a pesar de que la mayor parte de ese tiempo vivieron como esclavos. Cuando salieron de allí guiados por Moisés, se llevaron con ellos todas las riquezas que, según la Biblia, no eran pocas. Pero durante los 40 años que les tomó cruzar el desierto, aquella generación -que murió antes de entrar a la tierra prometida- había olvidado transferir la fe a sus hijos y a los hijos de los hijos. Así, la nueva generación entró en aquella tierra donde fluía abundante leche y miel, pero sin el conocimiento de la fe de su Creador, por lo que poco a poco fueron cayendo en una terrible pobreza que los asoló por 450 años, período conocido como el tiempo de los Jueces.
Durante este espantoso lapso, Dios levantó en Israel a 18 hombres y mujeres a quienes se llamó “Jueces” para impartir justicia entre el pueblo. Pero como estos jueces conocían a Dios y eran temerosos de Sus edictos, trajeron gran bendición para todos los habitantes. Entre estos podemos nombrar a Otoniel, Sansón, Deborah, Gedeón, Samuel, etc. Aquellos hombres y mujeres de Dios llamaron al pueblo al arrepentimiento por haberse olvidado de Dios y de todas las cosas grandes y maravillosas que Êl había hecho por ellos. Y el pueblo de Israel -no los judíos- respondió, se humilló ante Dios, reconoció sus transgresiones y se arrepintió de su conducta. Después de ello, el Eterno envío grandes bendiciones a tal punto que pronto se convirtieron en un reino.
Los tiempos actuales son exactamente iguales a aquellos tiempos bíblicos, pues, a pesar de las grandes bendiciones que Dios ha derramado sobre la tierra, los hombres y mujeres de esta generación incluyendo los cristianos se han olvidado de agradecer al Señor y de enseñarles a sus hijos acerca del amor y la grandeza del Creador. El terrible degradamiento moral, ético y espiritual de los tiempos actuales es el resultado de aquella procrastinación. Por ello, los ministros del Señor, en lugar de predicar anatema o mensajitos que sirven como curitas, deben llamar enérgicamente al arrepentimiento porque el tiempo de la gracia se ha acabado y los terribles tiempos del fin ya han comenzado.
CÓMO HAGO PARA ARREPENTIRME
Arrepentimiento es una palabra que viene del griego “μετανοέω’ “metanoeó” que significa “cambiar de pensamiento en cuanto a un propósito,” “pensar diferente frente a una situación específica,” “cambiar una decisión tomada,” “dar vuelta atrás, en dirección contraria a donde se iba originalmente,” “rectificar.”
En muchas ocasiones y por diversas circunstancias de pronto nos encontramos diciendo o haciendo algo que no queremos, que no estamos de acuerdo y que nos hace sentir mal y hasta avergonzados. El nivel de orgullo en la persona será la clave para que aquel tome la decisión de seguir adelante o no con una conducta o acción que sabe es inapropiada y con la cual no está de acuerdo. Si el orgullo es grande, la persona no rectificará.
Pero la Biblia dice que el orgullo antecede a la caída. Por ello Dios permite en nuestras vidas los momentos terribles para romper nuestro orgullo, de tal manera que podamos reconocer que estamos diciendo o haciendo mal y que necesitamos arrepentirnos, es decir, tomar la decisión de parar nuestra conducta errónea, pedir perdón a los ofendidos y decidir con firmeza no volverlo a hacer. Cuando ofendemos a otros ofendemos a Dios. Jesûs nos ordenó amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo. Si hacemos el mal contra otros, estamos pecando, y necesitamos arrepentirnos.
Sin embargo, es más fácil para la carne llenarse de orgullo y seguir ofendiendo que reconocer que se ha equivocado y peor aún, pedir perdón. Pero el peligro mayor es que, si no reconocemos nuestros errores, iremos por la vida y el mundo ofendiendo cada vez a más gente hasta cuando nuestras propias obras de maldad se vuelvan en contra, y el inicuo pase a cobrar la cuenta. Entonces el llanto y el crujir de dientes serán terribles.
Por esta razón es que Dios envió a Su Hijo Jesucristo a morir por los pecados y transgresiones de todos los humanos, para darnos la oportunidad de arrepentirnos de corazón, recibir el perdón y poder accesar con ello a la vida eterna después de esta vida terrenal. Y aunque hayamos recibido a Jesucristo en nuestro corazón y tengamos al Espíritu Santo viviendo en nosotros, por nuestra condición de imperfección, siempre tendremos la tendencia hacia cometer errores que, sin querer o queriendo, ofenderán a otros.
Por ello necesitamos justificarnos cada noche antes de dormir. Debemos pedir perdón al Señor por nuestras transgresiones cometidas en ese día y que nos vuelva a hacer blancos como la nieve, de tal forma que, si el Rapto es en esa noche, yo no me quede por estar sucio de pecado, sino que los ángeles del Señor puedan verme y me levanten en los aires para encontrarme con Jesucristo en las nubes. Todo porque por Su gracia reconocí mis pecados y pedí perdón.
Gloria a Dios por Jesucristo, Su Hijo amado.
Dios le bendiga.