Misericordia Sublime


Misericordia Sublime

Más de lo merecido

Lea: Salmo 103:6-18
«No ha hecho con nosotros conforme a nuestras iniquidades, ni nos ha pagado conforme a nuestros pecados. »Salmo 103:10
A veces, cuando la gente me pregunta cómo estoy, respondo: «Mejor de lo que merezco». Recuerdo que una persona bienintencionada me dijo: «Ay, no, Joe, mereces mucho»; a lo cual contesté: «En realidad, no». Pensaba en lo que de verdad merezco: el juicio divino.
Fácilmente, olvidamos la pecaminosidad que yace en lo profundo de nuestro ser. Al creernos más de lo que somos, disminuye nuestro sentido de profunda deuda a Dios por su gracia. Olvidamos el precio que pagó para rescatarnos.
¡Es hora de recapacitar! Como nos recuerda el salmista, Dios «no ha hecho con nosotros conforme a nuestras iniquidades, ni nos ha pagado conforme a nuestros pecados» (Salmo 103:10). Si consideramos quiénes somos a la luz de un Dios santo y justo, lo único que merecemos de verdad es el infierno, y el cielo es una imposibilidad absoluta… si no fuera por el regalo del sacrificio de Cristo en la cruz. 
Si Dios no hiciera nada más después de habernos redimido, ya habría hecho mucho más de lo que merecemos. Con razón el salmista declara: «… como la altura de los cielos sobre la tierra, engrandeció su misericordia sobre los que le temen» (v. 11).
Si somos conscientes de nuestra verdadera condición, no podemos evitar decir: «¡Sublime gracia del Señor!». ¡Nos da tanto más de lo que merecemos!
Si Dios no hace nada más después de redimirnos, ya hizo mucho más de lo que merecemos. 
                                                 
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Escucha el doble


Escucha el doble

Escuchar

Lea: Job 2:11–13
«¡Quién me diera quien me oyese!…» —Job 31:35
En su libro Escuchando a los demás, Joyce Huggett escribe sobre la importancia de aprender a escuchar y responder con eficacia a situaciones difíciles. Relata algunas de sus experiencias de escuchar a personas con problemas, y menciona que suelen darle gracias por todo lo que ha hecho por ellas. «En muchas ocasiones —escribe—, no “hice” nada. Sencillamente, escuché. Llegué a la conclusión de que esto solo es una manera eficaz de ayudar a otros».
Esta fue la clase de ayuda que Job buscó de parte de sus amigos. Aunque es cierto que se sentaron junto a él siete días en silencio, «porque veían que su dolor era muy grande» (2:13), no escucharon cuando él empezó a hablar. En cambio, hablaron y hablaron, pero no lo consolaron (16:2). «¡Quién me diera quien me oyese!», se lamentó Job (31:35).
Cuando escuchamos, expresamos: «Lo que te sucede es importante para mí». A veces, las personas quieren un consejo, pero a menudo, lo único que necesitan es que alguien que las ama y se preocupa por ellas las escuche.
No es tarea fácil escuchar, y lleva tiempo llegar a oír lo que el otro tiene en el corazón, para que al hablar, lo hagamos con sabiduría y tacto.
Señor, danos un corazón amoroso y un oído atento.
Si mientras otros hablan estoy pensando en qué responderé, no estoy escuchando. 
                                                 
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Su Promesa


Su Promesa

Anclas en la tormenta

Lea: Josué 1:1-9
«… el Señor tu Dios estará contigo en dondequiera que vayas.» Josué 1:9
Cuando Matías y Julieta intentaron llevar su velero a una ensenada durante el huracán Sandy, el barco encalló. Mientras las olas los golpeaban, arrojaron rápidamente el ancla. Esto mantuvo el velero en su lugar hasta que llegó el rescate. Dijeron que si no hubieran tirado el ancla, habrían perdido el barco. Sin esta herramienta, las olas lo habrían estrellado contra la costa.
En nuestra vida espiritual, también necesitamos anclas que nos mantengan firmes. Cuando Dios llamó a Josué para que guiara a su pueblo, después de la muerte de Moisés, le dio anclas de promesa, en las que podía confiar en tiempo de prueba. El Señor le dijo: «… estaré contigo; no te dejaré, ni te desampararé. […] el Señor tu Dios estará contigo en dondequiera que vayas»(Josué 1:5, 9). 
Dios también les dio a Josué y a su pueblo el «libro de la ley», para que lo estudiaran y lo cumplieran (vv. 7-8). Esto, junto con la presencia del Señor, eran anclas en las que los israelitas podían confiar, al enfrentarse a muchos desafíos.
Cuando nos encontramos en medio de sufrimientos o las dudas amenazan nuestra fe, ¿cuáles son nuestras anclas? Podríamos empezar con Josué 1:5. 
Aunque nuestra fe parezca debilitarse, si está anclada en las promesas y la presencia de Dios, Él nos sostendrá.
Cuando sentimos el fragor de la tormenta, comprobamos la fortaleza del ancla. 
                                                 
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Los días del Fin


Los días del Fin

Había una vez

LEA: Mateo 24:32-44
«...Porque como en los días antes del diluvio estaban comiendo y bebiendo, casándose y dando en casamiento, hasta el día en que Noé entró en el arca, y no entendieron hasta que vino el diluvio y se los llevó a todos, así será también la venida del Hijo del Hombre.» 
Algunos dicen que la Biblia es una simple colección de cuentos de hadas. Un niño que mata a un gigante. Un hombre al que se lo traga un gran pez. El arca de Noé. Incluso algunas personas religiosas piensan que estos acontecimientos son solo cuentos agradables con una buena moraleja.
Sin embargo, Jesús mismo se refirió a Jonás y el gran pez, y a Noé y el diluvio, como eventos reales: «Mas como en los días de Noé, así será la venida del Hijo del Hombre. Porque como en los días antes del diluvio estaban comiendo y bebiendo, casándose y dando en casamiento, hasta el día en que Noé entró en el arca, y no entendieron hasta que vino el diluvio y se los llevó a todos, así será también la venida del Hijo del Hombre» (Mateo 24:37-39). Su regreso sucederá cuando nadie lo espere.
Jesús comparó los tres días de Jonás dentro del gran pez con los tres que Él experimentaría en la tumba antes de resucitar (Mateo 12:40). Y Pedro habló de Noé y del diluvio al compararlo con el día en que Jesús regrese (2 Pedro 2:4-9).
Dios nos dio su Palabra: un libro lleno de verdad, no de cuentos de hadas. Y un día, viviremos felices para siempre con Él, cuando Jesús vuelva a buscar a sus hijos.
Si esperamos el regreso de Cristo, tenemos razones para ser optimistas. 
                                                 
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El consejo de Dios es eterno


El consejo del Señor es eterno

Interrupciones

Lea: Marcos 5:21-34
«El consejo del Señor permanecerá para siempre; los pensamientos de su corazón por todas las generaciones.» Salmo 33:11

Mi hermana y yo anhelábamos pasar unas vacaciones en Taiwán. Habíamos comprado los boletos de avión y reservado habitaciones en un hotel. Pero dos semanas antes del viaje, ella se enteró de que debía permanecer en Singapur para lidiar con una emergencia. Nos sentimos desilusionadas de que se frustraran nuestros planes.
Los discípulos de Jesús estaban junto a Él en una misión urgente, cuando su viaje se vio interrumpido (Marcos 5:21-42). La hija de Jairo, uno de los principales de la sinagoga, estaba muriendo. El tiempo era crucial, y Jesús se encontraba camino a la casa de ellos. Pero de repente, se detuvo y preguntó: «¿Quién ha tocado mis vestidos?» (v. 30).
A los discípulos pareció irritarlos lo sucedido, y le contestaron: «Ves que la multitud te aprieta, y dices: ¿Quién me ha tocado?» (v. 31). Pero Jesús consideró que esta era una buena oportunidad para servir a la mujer que sufría. Su enfermedad la había vuelto ceremonialmente impura, ¡y hacía doce años que no podía participar de la vida de la comunidad! (ver Levítico 15:25-27).
Mientras Jesús hablaba con esta mujer, la hija de Jairo murió. Era demasiado tarde… o así parecía. No obstante, esta demora le permitió a Jairo conocer más profundamente a Jesús y su poder… ¡un poder que superaba incluso la muerte!
A veces, nuestra frustración puede ser para tener un encuentro con Dios.
Busca el propósito de Dios en tu próxima interrupción. 
                                                 
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Busca Consejo


Muchos consejeros

Lea: Proverbios 15:16-23
«Los pensamientos son frustrados donde no hay consejo; mas en la multitud de consejeros se afirman.» Proverbios 15:22
Biblia en un año:
2 Reyes 24–25
Juan 5:1-24
Thomas à Kempis, teólogo del siglo xv, dijo: «¿Quién es tan sabio como para conocer perfectamente todas las cosas? Por lo tanto, no confíes demasiado en tu propia opinión, sino está dispuesto a escuchar las opiniones de los demás. Aunque tu parecer puede ser correcto, si por amor a Dios lo desestimas y sigues el de otro, te beneficiarás aun más». Thomas reconocía la importancia de buscar la opinión de consejeros de confianza al hacer planes para la vida.
Para determinar el rumbo de Dios para nosotros, la persona sabia tiene que abrirse a distintas líneas de consejo, mediante las cuales el Señor puede transmitir su sabiduría. Cuando una persona busca el consejo sabio de los demás, expresa que es consciente de que tal vez esté pasando por alto factores importantes en sus decisiones.
Salomón, el hombre más sabio de Israel, escribió sobre la importancia del consejo de los demás:«Los pensamientos son frustrados donde no hay consejo; mas en la multitud de consejeros se afirman» (Proverbios 15:22).
El Señor es un Admirable Consejero (Isaías 9:6), y desea protegernos mediante consejeros sabios. Búscalos y agradece a Dios por ellos. Deja que te ayuden a descubrir el plan divino para tu vida.
Si buscas consejo sabio, multiplicas las probabilidades de tomar buenas decisiones. 
                                                 
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No más lágrimas


Sanidad lenta

Lea: Apocalipsis 21:1-8
«Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá […] dolor; porque las primeras cosas pasaron.» Apocalipsis 21:4
Biblia en un año:
2 Reyes 22–23
Juan 4:31-54
Solo cuatro semanas después de que nuestro hijo se unió al ejército, sufrió una lesión grave en la rodilla durante un ejercicio de entrenamiento. Entonces, lo dieron de baja. Así que, a los 19 años, tuvo que usar durante algún tiempo un bastón para andar, y por la severidad de la lesión, soportó dos años de recuperación, reposo y rehabilitación. Por fin, pudo dejar los soportes ortopédicos para rodilla que había utilizado desde el accidente. Aunque todavía tiene dolores, el proceso lento y largo de sanidad le permitió volver a usar la pierna como antes.
A menudo, la sanidad física es mucho más lenta de lo que prevemos. Esto también sucede en la esfera espiritual. Las consecuencias de las malas decisiones o de las acciones de personas hirientes pueden crear cargas o heridas para toda la vida. Pero para los hijos de Dios, hay esperanza. 
Aunque no siempre podemos experimentar una plena restauración en esta vida, tenemos la promesa de sanidad. El apóstol Juan escribió: «Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron»(Apocalipsis 21:4).
En los momentos de dolor, nos consuela saber que, al final, y gracias a la maravillosa presencia del Señor, gozaremos de plenitud para siempre.
Cuando acudimos a Cristo quebrantados, Él puede restaurarnos. 
                                                 
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Transparente


Transparente

Lucir bien

Julie Ackerman Link
Lea: Mateo 23:23-31
«… Limpia primero lo de dentro…» Mateo 23:26
Biblia en un año:
2 Reyes 19–21
Juan 4:1-30
«Qué saludable luce tu cabello —me comentó mi peluquera después de hacerme un nuevo corte—. Espero que se deba a que usas nuestros productos». «No, lo lamento —contesté—. Uso productos baratos y que tienen un aroma agradable». Pero después añadí: —También intento comer bien. Creo que eso hace una gran diferencia.
Cuando pienso en todo lo que hacemos para lucir bien, recuerdo algunas cosas que realizamos para guardar una buena apariencia espiritual. Jesús trató este tema con los líderes religiosos de Jerusalén (Mateo 23). Ellos seguían una serie de normas religiosas complicadas, que sobrepasaban completamente las que Dios les había dado. Se esforzaban por guardar las apariencias frente a sus compatriotas, para probar que eran mejores que los demás. Pero sus esfuerzos no impresionaban a Dios. Jesús les dijo: «… limpiáis lo de fuera del vaso y del plato, pero por dentro estáis llenos de robo y de injusticia» (v. 25). En realidad, lo que hacían los fariseos para lucir bien delante de los demás revelaba su desastrosa condición interior.
Cada sociedad valora distintas conductas y tradiciones religiosas, pero los valores del Señor trascienden las culturas. Y lo que Él valora no se mide por lo que ven los demás. A Dios le importa que tengamos un corazón limpio y motivaciones puras. La salud espiritual se expresa de adentro hacia fuera.
Podemos tener una apariencia externa agradable, y aun así, no ser buenos en nuestro interior.

La Cena


La Cena

Lágrimas de gratitud

Lea: 1 Corintios 11:23-32
«Así, pues, todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que él venga. » 1 Corintios 11:26
Biblia en un año:
2 Reyes 15–16
Juan 3:1-18
En una reunión de la Cena del Señor a la que asistimos con mi esposa, se invitó a la congregación a pasar al frente a recibir el pan y la copa de mano de uno de los pastores o ancianos. Le hablaron a cada uno sobre el sacrificio de Jesús por ellos. Fue una experiencia conmovedora, durante un momento que a veces puede volverse rutinario. Cuando regresamos a nuestros asientos, observé cómo otros iban pasando lentamente y en silencio. Fue impactante ver cuántos volvían con lágrimas en los ojos. Para mí y para otros con los que hablé después, eran lágrimas de gratitud.
La razón de las lágrimas de gratitud se ve en la causa de la mesa de la Cena del Señor. Después de instruir a la iglesia de Corinto respecto al significado de esta conmemoración, Pablo enfatizó sus comentarios con estas palabras poderosas: «Así, pues, todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que él venga» (1 Corintios 11:26). 
Con los elementos de la Cena del Señor, que apuntan directamente al sacrificio de Cristo por nosotros, la reunión fue mucho más que un ritual… se trató de Jesús. De su amor, su sacrificio, su cruz. Por nosotros.
¡Qué insuficientes resultan las palabras para expresar el extraordinario valor de Cristo! A veces, las lágrimas de gratitud trasmiten aquello que las palabras no pueden articular.
Es imposible expresar con palabras el amor que Cristo nos mostró en la cruz.
                                                 
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Los 10 Mandamientos


Los 10 Mandamientos

Lectura Diaria para hoy, Lunes 12: "Consignas de Vida"
Lea: Deuteronomio 4:1-9
«… yo os he enseñado estatutos y decretos, […] para que hagáis así… » Deuteronomio 4:5

Biblia en un año: 2 Reyes 15–16; Juan 3:1-18

Durante muchos años, conservé una carpeta de archivo titulada «Oratoria». Se fue llenando de artículos, citas e ilustraciones que podían ser útiles. Hace poco, la revisé para descartar las cosas desactualizadas. Me resultó difícil deshacerme de muchas, no porque no las haya usado todavía en una charla, sino porque no las he puesto en práctica. Cerré la carpeta pensando: «No son palabras para usar en una conferencia; son consignas de vida».

Después de 40 años en el desierto, Moisés le dijo al pueblo que se preparaba para entrar en la tierra prometida: «Ahora, pues, oh Israel, oye los estatutos y decretos que yo os enseño, para que los ejecutéis, y viváis, y entréis y poseáis la tierra que el Señor Dios de vuestros padres os da» (Deuteronomio 4:1). 

La temática repetida de Moisés (vv. 1, 2, 5, 6, 9) es que hay que cumplir los mandamientos divinos, y lo expresó muy bien: «… yo os he enseñado estatutos y decretos […] para que hagáis así» (v. 5).

Es fácil hablar sobre hacer más de lo que hacemos y predicar sobre verdades que no ponemos en práctica. Podemos llenarnos la boca de palabras, pero necesitar una dosis de realidad, olvidando que todos los mandamientos de Dios fluyen de su corazón que nos ama.

La potencia de nuestras acciones debe compararse al ímpetu de nuestras palabras.


                                                 
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El Pacto


El Pacto

Lectura Diaria para hoy, Viernes 9: “Promesas cumplidas”
Lea: Génesis 15:5-21
«… puesto el sol […] se veía un horno humeando, y una antorcha de fuego que pasaba por entre los animales divididos.» Génesis 15:17

Biblia en un año: 2 Reyes 7–9; Juan 1:1-28

En el antiguo Cercano Oriente, un tratado entre un superior (señor o rey) y un subordinado (súbdito) se llamaba tratado de soberanía. Para la ceremonia de ratificación, había que sacrificar animales y cortarlos a la mitad. Las partes se acomodaban en dos filas sobre el suelo, formando un pasillo entre las dos personas. Cuando el soberano caminaba entre las mitades, declaraba públicamente que cumpliría el pacto y que, en caso de no hacerlo, le sucedería lo mismo que a los animales muertos.

Cuando Abraham le preguntó a Dios cómo podía estar seguro de que se cumplirían sus promesas, el Señor utilizó el simbolismo del tratado de soberanía, significativo para aquella cultura, a fin de afirmar sus promesas (Génesis 15). Cuando la antorcha ardiente pasó entre las partes del sacrificio, Abraham comprendió que Dios declaraba que era responsabilidad de Él cumplir el pacto.

El pacto de Dios con Abraham y su garantía de cumplirlo se extiende a los seguidores de Cristo. Por eso, en sus escritos en el Nuevo Testamento, Pablo se refiere constantemente a los creyentes como hijos de Abraham (Romanos 4:11-18; Gálatas 3:29). Cuando aceptamos a Jesucristo como Salvador, Dios se transforma en el guardián de nuestro pacto de fe (ver Juan 10:28-29).

Como Dios es el que protege nuestra salvación, podemos confiarle plenamente nuestra vida.

Nuestra salvación está garantizada porque está en manos de Dios. 
                                                 

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